Durante toda su historia Colombia sólo ha tenido  una opción de gobierno: la impuesta por las élites criollas, que desde el primer momento lucharon a muerte, no por la libertad de su pueblo, sino por sus intereses personales. Sus herederos, legítimos o bastardos, han seguido esa línea de conducta: es el orden existente.

Hace setenta años, el pueblo acarició el pórtico del poder, pero las élites se confabularon y asesinaron a su líder. A partir del 9 de abril de 1948 la violencia sistemática contra el pueblo, que se había iniciado en 1946, arreció porque las élites recurrieron al ardid de culpar al comunismo del asesinato de Gaitán. Luego, graduaron de comunistas a los seguidores del caudillo liberal para perseguirlos y asesinarlos en masa.

Hoy, el establecimiento se ha fracturado en cuatro sectores, cuyas cabezas visibles son: Uribe, Vargas, Fajardo y De la Calle. La causa principal de ese rompimiento son los Acuerdos de Paz. Todo lo pactado entre Gobierno-Farc, excepto la Justicia Especial para la Paz, JEP –tribunal que debe juzgar los crímenes de guerra cometidos por la guerrilla, los agentes del Estado y los particulares–,  está en la Constitución de 1991.

Las facciones del establecimiento más ultramontanas y de extrema derecha las encabezan Uribe y Vargas. Ellos han dicho por todos los medios y en todos los tiempos que acabarán con la JEP. Uribe a través de su títere ha ido más allá: suprimirá todas las cortes, incluso  la Suprema, que en la actualidad lo investiga por diversos delitos.

Quienes lideran las otras dos facciones del establecimiento –Fajardo y De la Calle– tienen visiones distintas frente al tema de la paz. Para Fajardo, las Farc son asunto del pasado, que no merece atención alguna. Para  De la Calle, el tema es de ética: el Estado firmó un acuerdo, luego debe cumplirlo.

Por fuera del establecimiento hay dos fórmulas presidenciales: Córdoba-Araujo y Petro-Ángela María Robledo. El primer binomio le abrirá un reducido boquete a las élites seculares. La fórmula Petro-Ángela María Robledo ha despertado en las masas excluidas y humilladas la misma ilusión que hace setenta años despertó Gaitán: sienten que están arañando las gradas del poder.

Petro, no obstante su fama de Llanero Solitario, con el tiempo suficiente invitó a De la Calle y Fajardo a acordar un programa y buscar una sola candidatura alterna a las del establecimiento: “Le cargo la maleta al que sea”, dijo. Sin embargo, regodientos los dos, se negaron hasta el fin de los días. Ahora, ante la fragmentación y desbandada de los liberales y la escurrida de la Coalición Colombia, De la Calle y Fajardo intentan aliarse, pero sólo los identifica un punto: excluir a Petro.

Los jóvenes reclaman la convergencia de De la Calle, Fajardo y Petro para preservar la democracia y la paz. Clara López, Claudia López y Ángela María Robledo, fórmulas vicepresidenciales de los tres, se juntan para cuidar un potosí: mantener viva la rica quimera de las masas, que con las plazas llenas, gritan: ¡Tenemos cerca el poder, no nos lo  arrebaten de las manos!

Aunque tardía esta gran empresa, el pueblo, en especial los jóvenes, esperan que Clara, Claudia y Ángela María la lleven a feliz puerto. ¿Cuál sería el desenlace de su hazaña? Quizás la renuncia de Fajardo y  De la Calle. Para el primero, sería aplazar su turno. Para el segundo, tal vez lo más honroso.

Esa amalgama de ilusiones acrecienta el fervor de las masas, que frenéticas sueñan que Petro gane en la primera vuelta, o pase sin zozobras a la segunda ronda.