La izquierda avanzó enormemente. Ningún voto por Petro fue perdido. ¡Celebren todos los que votaron por la Colombia Humana! En el país más conservadurista y ultramontano de América Petro logró juntar en torno a los ideales de justicia social y de paz 8.034.189 votos. Se debió a la fuerza de su discurso: el diálogo con el pueblo. Fue su única arma. Ciento sesenta horas de palabras en la primera vuelta, y quizás 40 más en la segunda, para un total de 200. Sin embargo, no fue  un diálogo, sino más bien un monólogo: un hombre hecho palabras ante el paroxismo de las multitudes. Ahora se impone un diálogo sereno y real con las diversas expresiones de la sociedad.

Antes de que Platón hubiera inmortalizado, en su extensa y cada vez más renovada obra, este método que aproxima a las personas, hubo muchos diálogos entre sofistas, príncipes y guerreros. De las muchas experiencias históricas quedan varios diálogos de antología.  A pesar de la celebridad de esos lances, es Sócrates quien hace de las preguntas y las respuestas el camino más eficaz para examinar la consistencia intelectual de su adversario: por eso Duque evadió el debate con Petro en la segunda vuelta.

Así evidenciado el diálogo, es un procedimiento que responde a una forma no dogmática de pensar, la metodología racional de llegar al conocimiento y al descubrimiento de la verdad.

Sin embargo, es preciso distinguir entre el diálogo y el discurso  o monólogo. El primero, es aquel mediante el cual se establece una relación viva entre dos o más personas o entre los diversos sectores de una misma sociedad.  El monólogo se puede convertir en una mera coacción. Es lo que hacen los tiranos, los gobernantes autoritarios y guerreristas, para hacerle creer al pueblo que lo consultan, lo escuchan o se comunican con él. Es lo que hizo Bush cuando declaró la guerra a Irak. Es lo que hizo Uribe siendo presidente: convocó a los partidos y movimientos políticos para decirles: “Este es el Estatuto antiterrorista”.

Ante los resultados electorales, aquí y ahora, se impone un diálogo entre Petro y las élites del poder real –gremios económicos, partidos políticos, academia, iglesias, medios de comunicación, latifundistas, etc.– y específicamente con el pueblo en sus más diversas expresiones. Petro como jefe de la oposición tiene esa función constitucional. Y, como el más grande y claro referente de un pueblo inconforme  e indignado, está obligado a dialogar con las élites a las que enfrentó, asustó y estuvo a punto de vencer. Y, por supuesto, ahora más que nunca, con los sectores sociales y con los nichos intelectuales y universitarios  que lo acompañaron en esta travesía.

Lo que se viene para Colombia es muy grave. Los 8.034.189 ciudadanos votaron por el estricto cumplimiento de los acuerdos de paz firmados entre el Estado y las Farc; por la terminación de las EPS; por una educación superior universal, gratuita y de calidad; por un modelo económico que prescinda del extractivismo y opte por las energías limpias y la producción de alimentos. En el marco de la independencia y autonomía de la justicia y de la lucha frontal contra la corrupción y la impunidad, los ciudadanos votaron porque la persona que más procesos tiene ante los tribunales nacionales e internacionales sea juzgado sin dilaciones ni asesinato de testigos.

Como nada de lo anterior va a suceder, el pueblo indignado e inconforme va estallar. Por eso, se requiere con urgencia la fuerza de la palabra: el diálogo. Convertir ese discurso vibrante de plaza pública, de delirio y paroxismo de las masas en conversación serena, que aterrice en la democracia local, teniendo en cuenta que en 2019 habrá elecciones territoriales. Conversar y organizar es el proceso dialéctico del momento.

Petro y las estructuras de la Colombia Humana y sus aliados deben actuar en caliente. No pueden permitir que se enfríen el entusiasmo y la ilusión de ese pueblo, que entendió que  es posible romper el hilo conductor de exclusión-represión-exterminio, con el que las élites de la aristocracia y las mafias han gobernado.

No es hora de radicalismos, ni de mirar adversarios en la izquierda: es el momento de las aproximaciones. Hay que disentir y protestar en la calle, convirtiendo este espacio en un medio de identidad, comunicación y movilización. No claudicar ante el engaño y las mentiras, ni ante el halago, ni ante las amenazas del III gobierno de Uribe.