Si en cada decisión el presidente Petro envía mensajes simbólicos, en su política internacional esa virtud se presenta por antonomasia. Fue la primera cartera de su gabinete en ser cubierta y, al hacerlo, dijo: «Álvaro Leyva Durán será nuestro ministro de Relaciones Exteriores. Será una cancillería de la Paz. Colombia aportará al mundo todo su esfuerzo para superar la crisis climática  y del mundo esperamos todo el esfuerzo para superar nuestra violencia endémica».

Aunque el texto es demasiado explícito —al mundo le damos oxígeno y de él esperamos paz—, la designación tiene una alta carga de simbolismo. Leyva representa, como ninguna otra persona en la historia política de nuestro país, lo que ha sido Colombia, en la segunda mitad del siglo XX y lo que va corrido de esta centuria. Es que, a pesar de pertenecer a una de las familias más prestigiosas y enraizadas con la aristocracia bogotana, no ha escapado a esas pesadillas que solo parece que fueron concebidas para los miserables y excluidos: el exilio, el asilo político, la persecución y la cárcel.

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En segundo lugar, nadie como Álvaro Leyva se ha jugado entero por la paz, desde los años ochenta —en el proceso de negociación de Belisario Betancur, del que surgió la Unión Patriótica—, hasta nuestros días. Durante estos cuarenta años acumula muchas anécdotas y decisiones de fondo.  Haberle tomado la foto a Tirofijo con el reloj que le dio la victoria a Pastrana, es lo más anecdótico de la historia de la paz y de la guerra en Colombia. Ser uno de los tres juristas que le dio sustento a la Justicia Especial para la Paz —JEP— es el mayor aporte de fondo, al único punto nuevo del proceso de paz de Juan Manuel Santos y las Frac-Ep. Todo lo demás que se habló y decidió en La Habana ya estaba en la Constitución de 1991. Por eso, Uribe-Duque la quisieron volver trizas.

La Vicecancillería de Asuntos Multilaterales en cabeza de Laura Gil, es otro mensaje simbólico que Petro le lanzó al mundo. Por una parte, es una proclama de integración latinoamericana, por ser ella uruguaya de origen y colombiana por adopción. Por la otra, su formación en la Escuela de Derecho y Diplomacia Fletcher de Medford (Massachusetts) la habilita para desempeñar  las  más diversas tareas que tiene que cumplir esa dependencia de la Cancillería: asuntos políticos, económicos, sociales, ambientales, derechos humanos y de Derecho Internacional Humanitario, cooperación internacional, cultura y mecanismos de concertación e integración regionales, en el ámbito multilateral.

En un mensaje simbólico más, Petro trinó el 8 de julio de 2022: «Nuestro embajador en la OEA será el expresidente de la Corte Constitucional y exmagistrado de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Luis Ernesto Vargas». Fue el primer embajador escogido por el entonces presidente electo, como si quisiera decir que, ni un minuto más podía Colombia sufrir la afrenta de estar representada ante la comunidad de Las Américas por un pirómano de libros. Vargas Silva, además de ser un juez de carrera, desde la base hasta la cúpula de cierre, es profesor investigador de ciencias sociales.

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Los demás embajadores, hasta hoy designados por Petro, siempre llevan un mensaje simbólico. En China, Sergio Cabrera Cárdenas, exguerrillero del Ejército Popular de Liberación —EPL—, filósofo, director de cine, guionista, productor y diplomático, pero por sobre todo, a la edad de 16 años, un guardia rojo en ese país. En el sur extremo, un hombre del sur: en Buenos Aires el nariñense Camilo Romero. En la ciudad costera de Caracas, el costeño barranquillero, Armando Benedetti. Y, para todos los países de Centro América y el Caribe, los embajadores saldrán de las Islas de San Andrés y Providencia, según la promesa de Petro.

Con todo, los mensajes simbólicos de mayor hondura en la política internacional de Petro son, el nombramiento de un negro del Chocó en Washington  —Luis Gilberto Murillo— y el de una indígena arahuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta —Leonor Zalabata— en Nueva York, sede de la ONU. Son mensajes profundos, no solo para la comunidad internacional, sino para esa minoría colombiana excluyente que se cree indoeuropea y de sangre azul.

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Para los de aquí y los de allá, con Murillo y Zalabata, como con ningún otro, Petro envía, al menos,  tres mensajes muy precisos. Colombia es el país más diverso del mundo en razas y etnias. Los dos componentes más destacados de esa diversidad de nuestra geografía humana son los negros y los indígenas. En segundo lugar, su gobierno, es por excelencia de inclusión social. Finalmente, Petro escoge sus embajadores por méritos, pues ni Murillo lo es por su condición de negro sólamente, ni Zalabata por ser arahuaca, sino que los dos llegan al servicio exterior, por su formación académica y por su trayectoria de lucha en defensa de sus respectivas comunidades.