El ocho de marzo es el  Día internacional de la mujer. Ocasión propicia para hacerle un homenaje, porque sin recurrir a investigaciones científicas de cuantificación y descontados todos los galanteos simplistas, se podría decir que la mitad de las cosas que existen en el universo fueron descubiertas o creadas por la mujer y la otra mitad fueron descubiertas o creadas por el hombre inspirado en la mujer. Además de la función natural de conservar la especie, la agricultura, el avance sedentario de cazadores y recolectores, el rechazo a la guerra son obra de la mujer. La literatura, la ciencia, la poesía y el arte, los inspiró ella.

¡Homenaje a todas las mujeres! En especial a quienes trabajan dieciocho horas diarias en mil oficios para mantener unida y en acción la familia urbana de hoy. En sociedades como la colombiana la mujer es la primera en levantarse y la última en acostarse. Entre cuatro y cinco de la mañana comienza su jornada diaria para preparar los alimentos y alistar el vestuario de  los demás miembros del núcleo familiar, mientras éstos despiden plácidamente las últimas horas de la noche. Es el trabajo sin remuneración, sin reconocimiento y sin estímulo. Vendrá luego el trabajo subordinado: en la fábrica, en el comercio, en la oficina, en la gerencia, en la alta dirección del Estado. Y luego el regreso a casa, a revisar tareas escolares, servir comida, asegurar puertas y apagar luces. Después de las diez o doce de la noche podrá dormir cuatro o seis horas. Y, otra vez el trajín.

Esta familia urbana de aquí y ahora, no difiere mucho de la rural. Ni tampoco de la de otros meridianos y de la de otros tiempos. Y en ese devenir de los tiempos y de las sociedades, la mujer ha jugado un papel esencial,  aunque en esa inmensa masa de mujeres, sólo a muy pocas se recuerde. Cuando los pueblos están urgidos de justicia y de paz, la obra  Historia de las mujeres (cinco tomos) nos acerca un poco a quienes entregaron su vida por esa causa. A lo largo de estas 3.456 páginas desfilan cientos y cientos de mujeres, en múltiples actividades de los últimos cinco mil años. Las mujeres en la Antigüedad, en la Edad Media, en el Renacimiento, en el siglo XIX y en el siglo XX, son temas que desarrolla esta obra.

Pero en Historia de las mujeres, no existe ni un renglón, ni siquiera las tres sílabas de su nombre, a Varinia, conocida como la mujer de Espartaco. Es normal. Tampoco de Espartaco (siglo I a. C.), los dueños del mundo han permitido  exaltar su memoria con justicia. Gente de escolaridad media y aun  superior, desconoce a este gladiador de carne y hueso. El primer  hombre que se enfrentó a un imperio por una causa bien definida: la libertad de los esclavos.  Si este héroe de los miserables y excluidos es negado, con mayor razón lo es Varinia, su mujer.

Varinia era una esclava de origen germano, a quien por su belleza compró Baciato, el dueño de la academia de gladiadores a la que pertenecía Espartaco. Como Baciato fue incapaz de hacerla su mujer, por la bravura de Varinia, se la entregó a Espartaco. Y éste, que les hablaba a todos, como se debe hablar a los niños, la fue encariñando hasta que nació entre los dos la más profunda comprensión y el más entrañable amor. Los dos rompieron las cadenas de la prisión, y en la primera batalla de Espartaco contra el ejército romano, Varinia organizó las mujeres, quienes lucharon con más fiereza que los hombres. Y en la última batalla, cuando Espartaco presentía su muerte, como estaba lejos de su mujer dijo: “Traedme a Varinia. Traédmela. Decidle que tengo miedo y que la muerte se cierne sobre mí”. Muerto Espartaco y crucificados 6.000 de sus mejores soldados, Craso, el general romano, quiso adueñarse de Varinia, pero ésta escapó con su hijo y se refugió en una comunidad de campesinos galos, donde pudo criar el heredero de Espartaco.