Cuando se habla de la “escuela” como agente de la educación, el concepto comprende desde el jardín de juegos hasta la universidad y los institutos de investigación, ciencia y tecnología, pasando por el colegio de las primeras letras, el bachillerato, la preparatoria o cualesquiera otros nombres que signifiquen etapas preuniversitarias. Es la parte que compete a los maestros.

En materia de educación, de formación, de modelación, la escuela no es sino una etapa, un sistema de complementación y apoyo de cuanto el niño trae del hogar. Ahora, en lo que respecta a instrucción, información, datos y conocimientos, la escuela es definitiva, por no decir que es  la única fuente que, de manera sistemática, tienen el niño y el joven a su alcance. Claro: la propia lectura, la televisión,  el trabajo, las redes y los círculos sociales, los gremios profesionales darán información e instrucción, aunque todas estas instancias no estén preparadas de manera sistemática para cumplir ese papel, sino que el joven, y el ser humano en general, las irán encontrando en su paso por la vida.

Se podría resumir la relación padres-escuela diciendo que los primeros responden por la formación espiritual y moral, y la segunda, por los datos y conocimientos, así como por la responsabilidad ética de su aplicación. Si el joven es un patán, un pequeño cerdo, un alto porcentaje de responsabilidad es del hogar; si es  tonto, torpe o lento en el desempeño de una  profesión u oficio para los cuales estuvo cursando estudios, la responsabilidad total es de la escuela. Tampoco es que la escuela quede liberada de su responsabilidad total el día en que le entrega el certificado de estudios al niño o al joven. Quizá individualmente, en lo que se refiere a cada uno, sí. Pero como la escuela es uno de los componentes de la sociedad –recuérdese que es uno de los grupos de ésta–, con una misión  inspiradora y orientadora de la formación e  instrucción, su papel no concluirá jamás, y, la comunidad, la familia y  el Estado se lo recriminarán el día en que falle por alguna circunstancia.

La responsabilidad de la escuela se acentúa en la medida en que el niño, el joven y el profesional pasan de una etapa a otra hasta agotarlas todas: preescolar, básica, secundaria, universitaria y la impartida en institutos o centros de investigación. Y cada una tiene dos tipos de retos: unos  generales  y  otros específicos. Los retos generales los debe cumplir la escuela en todos sus niveles y consisten en establecer, con toda claridad, la diferencia radical  que existe entre interés público e interés particular. Y aunque el reto es para todos los niveles, el joven no deberá ingresar a la universidad sin haber logrado entender el abismo tan inmenso que existe entre esos dos tipos de interés y  sin haberse decidido por alguno de lo dos: el interés altruista, o de todos, y el interés mezquino, o de cada individuo.

El segundo reto general para todos los niveles es el de aprender a cuestionar, a interrogar, a preguntar, a filosofar, a pensar en el destino del hombre, del mundo, de la sociedad y del Estado. Aunque el verdadero discurrir, el verdadero pensar, la alta filosofía física, biológica o social no pueden darse sino en un estado avanzado del conocimiento y la madurez de la vida, es necesario que el niño, desde su edad temprana, se vaya cuestionando y vaya adquiriendo la destreza de pensar, porque nunca le había hecho tanta falta al mundo el ejercicio de pensar  como ahora. Hace cinco mil años, en realidad el mundo era tan simple, que no se necesitaban mayores sacrificios para soportar las dificultades. Pero hoy es tan supremamente complicado y confuso, que es necesario enfocar toda la agudeza de la inteligencia en tratar de resolver los gravísimos problemas existentes.