Es hora de que el presidente Duque demuestre que es jefe de Estado, jefe de gobierno y suprema autoridad administrativa (art. 189 Constitución), y no mandadero de Uribe,  Rubio, Machado y Sermoneta.

Mientras Duque no se desmarque del “presidente eterno”, este cuatrienio será un tercer mandato de Uribe, con un propósito claro: hacer lo que no alcanzó a realizar en el primer decenio del siglo XXI, porque se le agotó el tiempo. Eso es lo que dice Uribe, cuando le preguntan ¿por qué  bombardeó Ecuador y no lo hizo con Venezuela, si con este país tenía mayores diferencias? Uribe, ha respondido con la frescura y la seguridad con que monta una de sus potrancas: “Me hizo falta tiempo”.

Es innegable que Venezuela vive una crisis general muy honda, pero no puede resolverse apagando el fuego con gasolina, susrtida desde Colombia, sino permitiendo que los distintos sectores de esa sociedad dialoguen y zanjen sus diferencias.

Los prolegómenos de la política exterior de Duque causan escalofrío. Existe el temor fundado de que le habilite a su jefe el tiempo y realice la misión que Uribe no pudo llevar a cabo porque se le acabó el segundo período, y el tercero no fue avalado por la Corte Constitucional. Efectivamente, Duque antes de la campaña presidencial, en la campaña, durante los primeros actos como presidente electo y luego como jefe de Estado ha tenido una fijación pasional por Venezuela, que le es imposible ocultar: aparece como el hombre de Marco Antonio Rubio, senador republicano por La Florida, y de María Corina Machado, líder de la extrema derecha venezolana, para derrocar a Maduro.

Siendo precandidato presidencial, Duque lideró una campaña para acusar ante la Corte Penal Internacional al mandatario venezolano. En esa misión lo acompañaron 76 congresistas colombianos y un número igual de legisladores chilenos.

Como presidente electo, la primera cita de Duque fue con Rubio, quien después del encuentro, declaró: “Me reuní con el presidente electo de Colombia, Iván Duque, para hablar sobre nuestra relaciones bilaterales y esfuerzos regionales para ayudar al pueblo venezolano a poner fin a su crisis y restaurar la democracia”.  Eso es lo público. Tras bambalinas ¿cuántos planes estarán en marcha?

Como un complemento a esos encuentros entre Duque, Rubio y Machado, está la declaración de su canciller, Carlos Holmes Trujillo: destruir UNASUR. No solamente retirarse de ese organismo multilateral de la región, sino presionar a los demás países para que el retiro sea colectivo y el daño a la integración suramericana sea mayor.

Duque, aún no ha asimilado su carácter de presidente de la República. Él  creé  que todavía es un correveidile de reyes europeos y amos americanos, llevando saludes de sus mentores Uribe y Pastrana. Como particular podría hacerlo. Como presidente, quebranta la Constitución, comenzando por el Preámbulo: el Estado colombiano “se compromete a impulsar la integración de la comunidad latinoamericana”.

Las relaciones exteriores se fundamentan en “la autodeterminación de los pueblos […]. La política exterior de Colombia se orientará hacia la integración latinoamericana y del Caribe” (art. 9). “El Estado promoverá la integración […] especialmente, con los países de América Latina y del Caribe mediante la celebración de tratados que […] creen organismos supranacionales, inclusive para conformar una comunidad latinoamericana de naciones” (art. 227).

Con motivo del reconocimiento de Palestina como Estado libre, independiente y soberano, por Santos, el embajador de Israel en Colombia, Marco Sermoneta, nos sermoneó, diciendo que había sido “una bofetada”, por parte de nuestro país hacia el suyo, y pidió que se revocara esa decisión. El canciller Trujillo dijo que revisaría la medida. A Duque le queda cuesta arriba revocar esa decisión. Sin embargo, conviene advertir que de hacerlo, ahí sí sería abofetear políticamente no sólo a Palestina, sino a Colombia como Estado.