Desde cuando Goebbels, ministro de propaganda e información de Hitler, hizo de la mentira un arma política, Laureano Gómez la asimiló, Uribe la hizo suya y se la enseñó a Duque y este a Guaidó, se creó el más grande bloque internacional de impostores.

Para empezar veamos cómo define el Drae el vocablo impostor:“Que atribuye falsamente a alguien algo. Que finge o engaña con apariencia de verdad. Suplantador, persona que se hace pasar por alguien que no es”.

Es absolutamente falso que los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución de Venezuela autoricen al líder de la oposición, Juan Guaidó, a autoproclamarse presidente encargado de la República. Pero el joven político tuvo las agallas y la frescura para mentirle a su pueblo, a la comunidad internacional y a los medios de comunicación del mundo. Y todos, de buena o mala fe, le creyeron.

¿Qué dicen las normas constitucionales esgrimidas por Guaidó para darle legitimidad a su impostura? El extenso artículo 233 (245 palabras) en lo pertinente señala que“cuando se produzca la falta absoluta del presidente electo antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección universal, directa y secreta dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo presidente se encargará de la presidencia de la República el presidente de la Asamblea Nacional”.

Ahora bien, ¿cuándo hay falta absoluta? La misma norma señala que “serán faltas absolutas del presidente de la República: su muerte, su renuncia, o su destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia; su incapacidad física o mental permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional; el abandono del cargo, declarado como tal por la Asamblea Nacional, así como la revocación popular de su mandato”.

Las otras dos normas invocadas por Guaidó nada tienen que ver con el encargo de presidente de la República. Tanto el artículo 333 como el 350 se refieren a la protección y guarda de la Constitución por parte de los ciudadanos.

No se necesita ser un consumado estudioso de la Constitución ni de los problemas sociales y políticos de Venezuela para entender que el señor Nicolás Maduro fue elegido y posesionado legalmente como presidente de la República, y que no ha incurrido en ninguna de las faltas absolutas que cita la norma superior de ese país.

Claro, la Asamblea Nacional, Guaidó, Duque y su canciller, Estados Unidos y 60 países más, pueden presentar de manera monolítica todas las piezas de teatro de la dramaturgia universal, y hacer de la política internacional un carrusel de pantomimas, farsas, comedias y tragedias para darle credibilidad y legitimidad a sus actuaciones. El hecho de que todos le atribuyan a Guaidó de manera falsa su calidad de presidente encargado, engañen con la apariencia de verdad y suplanten al verdadero jefe de Estado no les borra su carácter de impostores.

Aceptada la primera impostura se desencadenó una cascada de suplantaciones, que en vez de despertar ira produce risa y vergüenza ajena. El nombramiento de embajadores, su reconocimiento y trato diplomático, la utilización de la música como instrumento político, la supuesta ayuda humanitaria (“fue un acto de hostigamiento y provocación” dijo monseñor Darío Monsalve, arzobispo de Cali),  el recibimiento que las tropas colombianas le hacen a Guaidó, en fin. Lo más reciente: la suplantación del Estado venezolano en el llamado “Grupo de Lima”.

Duque y su flamante canciller-candidato se ofenden cuando algún periodista les pregunta por la suerte del presidente Maduro. “El único presidente de Venezuela es Guaidó”, contestan airados y heridos en su amor propio. Se nota la mortificación de Duque, pues el viernes 1º de febrero dijo: “Maduro tiene las horas contadas”. Quizá tenga que contarlas por miles porque al finalizar el segundo mes de 2019 han transcurrido 672 horas de su ultimátum, y el hombre del bigote, los gritos y el baile sigue ahí.

Un día Maduro puede anochecer y no amanecer en el Palacio de Miraflores. Pero no por eso habrá desparecido la impostura en que están incursos sus malquerientes. Tampoco habrán desaparecido, como por arte de magia, los graves problemas de Venezuela. Es mejor que los impostores desciendan del olimpo de su soberbia y vanidad y propicien el diálogo entre las diversas fuerzas políticas que se mueven en la sociedad venezolana. Mientras tanto, los medios deben echarle un vistazo al artículo 233 de la Constitución de ese país, antes que seguir aupando los actos de suplantación.